martes, 10 de noviembre de 2015

La certeza y los designios. Alejandro Fonseca







Bajo la espada de Damocles
fuiste perdiendo la inocencia
la maestría de hacer zarpar

trasatlánticos de papel...

Alejandro Fonseca











Otra farsa de la historia

Ya no hay caminos para adentrase:
serán las mismas manos del orden
que registren y dispongan de la oscuridad
y sin anunciarse se traguen los rincones.
Una poética se aletarga en crucigramas.
Se dibujan clarividencias, el odio
la sutileza de la carne que confunde.
Anoche los mismos pasos anduvieron.
A qué se debe el rostro intrincado
que respira y trasuda vehemencia ajena.
Los lunes comienzan a asesinar mis ojos.
Difícil ha sido encontrar manos que te palpen.
Hay una ventana, un territorio, musgo
tapias que van hasta el último rincón.
Todavía me perturba este reino de manchas
que se abre y se cierra: otra farsa de la historia.











Transfiguraciones

Entre los escombros de una época
fueron sitiados nuestros jóvenes deseos:
inocencia pretérita de peces
que sumergiéndose en playas imprecisas
perdieron la arena dorada de otros días.

Acosados por el amor a las transfiguraciones
desertamos de horizontes escogidos
hacia el estrecho vértigo de las carreteras
hacia provincias de filosos cañaverales
a esa auténtica realidad
compuesta por los mediodías de una Isla.

Con toda justicia podemos preguntarnos:
qué galardones, qué remuneración
ha llegado para quedarse en nuestras manos.

Las raíces de los bosques
están sujetas a las calamidades del desierto
a las leyes de la podredumbre
árboles sin otoño, que sus copas más altas
han sido escamoteadas por argumentos patriarcales.

Nos quedan, como estricta pertenencia,
las pulsaciones libres de la sangre
y la zona inconfiscable de los sueños.













La certeza y los designios

Para Lourdes y Nisa,
testigos de un viaje.

Ante la furia que transcurre
sólo me reconciliaría con los árboles de afuera
que se abigarran al mismo paisaje.

Estoy en una esfera transgresora
por la que me mueve cauteloso mi semejante
y me inquieta la otra orilla desconocida
y este nicho en el que hace 45 años que me pudro.

Fluyen los ríos fragmentados
pero mis manos no se brindaron para matar
tuvieron que apretarse a los latidos de la sombra.

Quizás mi afición impugnable
haya sido convocar lejanías
y aquel polvo irradiante de la Calzada
que nos entregara Eliseo Diego.

Los profetas de oficio
en sus cornucopias de atrezzo
de un lado a otro vociferan dictámenes.
Ni en el Infierno ni en la Gloria
será posible escapar de una terrible noticia.

Entre tanta luz y tanta agua abarcándome
no me dictaron las virtudes del Raciocinio
ni las ventajas de las matemáticas futuras.
Conozco mis pasos por el cielo:
he tragado el brebaje de Rimbaud
he tenido el rostro del Dr. Jekyll
y una carga de azufre en la pendiente.

En este juego azaroso
pudiera perder mi gran hallazgo:
una ciudad de columnas edulcoradas
que invisible fue organizando
la tinta oscura de mis tatuajes.
Una Babel provinciana
que con declinante oratoria
confunde la certeza y los designios.
Con el miedo de Virgilio
vuelvo a escanciar una dosis
en el pozo contaminado.
Mi caverna ha ido perdiendo iluminación:
de nuevo me asomo a los árboles que no cambian
mientras el aire sacude las banderolas consabidas.
Sé que mi agudeza
ya carente de precocidad
alcanzará los colores de otro verano.

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