sábado, 7 de noviembre de 2015

Cartas a mi hermana. José Lezama Lima









La Habana, 10 de abril de 1961

  Eloísa, hermana muchas veces querida, cuando hace muchos años leía en Proust el magnífico capítulo sobre las telefonistas de París, no podía pensar que años más tarde tendría la vivencia de un ser muy cercano que destacaría su voz para ser oída en la distancia. Ahora recuerdo, destacándose en su propia es- cultura, convertida en propia sustancia, la voz que avanza hacia nosotros para ser al propio tiempo, presente y recuerdo. En la antología de nuestros recuerdos, otro motivo incesante, la impresión de tu voz, ya bien guardada para siempre.
Mamá procura no hacer visible su tristeza en presencia mía; yo, por mi parte, procuro
fortalecerla. Aunque ella, a lo largo de su vida, ha dado buenas pruebas de su carácter, creo que tu viaje la ha afectado mucho. Creo que Dios nos ayudará a esperar tu regreso con la alegría que siempre ronda a nuestra familia, por encima del destino. Todo esto nos ha servido para convencernos de lo necesario que era tu pequeño hijo a la familia, pues lo recordamos constantemente. Ahora, te acompaña, lo cuidas, pero por encima de todo eso, su candorosa alegría de niñito necesario, se cierne sobre todos nosotros, como sí aún en el patio de tu casa, jugase con la familia entera.

  Tus amigas llaman, vienen por casa; acompañan a Mamá. Eso la distrae un poco, pero fácil te será comprender que en el momento a que había llegado nuestra familia, todo viaje, aunque sea de receso, se hace muy doloroso. Pero ya soñamos con tu regreso, tu risa, tu rapidez verbal, y tus ojos, semejantes a un elástico que sigue a cada una de tus palabras.

  Escríbele con toda frecuencia que puedas a Mamá. Cuando recibe una de tus cartas, se pasa todo el día carta en mano, haciendo los trajines de la casa. Las lee muchas veces, y después las comenta en la sobremesa y con tus amigas. Tus cartas, querida Eloísa, nos demuestran que estás muy apesadumbrada. Procura no excederte en el trabajo de la casa, pues tu salud siempre merece cuidados. Estábamos acostumbrados a que tú fueras la alegría de nosotros, ahora sabemos que la alegría no puede ser errante, es siempre un punto de apoyo, un alimento de la costumbre. Estamos, pues, un poco atolondrados.

  Después de Mamá, tú cubrías una gran región de la familia. Cada uno logra formar su tribu, la que tú lograste se aviva con tu recuerdo. En el sueño y en la realidad, por la mañana y en la medianoche, te digo siempre, oye ahora mi grito: Eloy, Eloy, ven que tengo que hablar contigo un rato, siéntate aquí; pero sé que donde quiera que estés, nos acompañas y nos alegras, nos fortaleces y nos sueñas.

También te sueña tu hermano,


Joseíto












Viñales, 20 de octubre de 1972

Queridísima Eloy: 

  Te escribo desde el hotel Los Jazmines, situado en el mirador del valle de Viñales que es, como tú recordarás, uno de los sitios más bellos de Cuba. Las notas brillantes de color matizadas siempre con un poco de gris. El valle luce todo su esplendor y su gracia esbelta. Sentirse instalado frente a él es sentir el peso de toda la historia de Cuba, la que no se hizo, la que se quedó en posibilidad potencial y parece que va a irrumpir como un chorro de luz.

  Tú recordarás que yo le hice un poema al valle que se llama «El arco invisible de Viñales». Ahora ha provocado en mí sólo los placeres de la contemplación. Sentarse frente a él y ver su inmensa gama de ver- des, de azules cúpricos, por donde parecen saltar hilachas de oro y todo parece como si adquiriese alas y se precipitase en incesante parábola de la tierra al cielo.

  Me era muy necesaria esta salida al campo. Un amigo mío me la propició.
María Luisa me dice que el 21 de octubre cumples años de casada, qué fiesta celebraríamos entre nosotros si tú estuvieses a nuestro lado, anunciándonos con esencia y figura.

  Recibí la medalla del premio Maldoror, es una medalla de oro, muy bien hecha. Lleva, por un lado, una pareja de delfines entrelazados y por el reverso la firma del jurado. Con qué honda alegría Mamá la hubiese visto, pero yo recuerdo que ella me decía siempre: cuando llegue el triunfo ya yo estaré muerta. Así ha sido, pero nosotros creemos en lo invisible y veo su preciosa mirada de alegría.

  Me gusta mucho hablar contigo. Lo intranquilizante es que den la llamada con irregularidad y, claro, me molesta que suene el timbre de tu casa en la alta noche y despiertes intranquila.

Recuerdos para Orlando y Orlandito. 
Besos,

José Lezama Lima


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